- por neuronea
- en Psicología
Calles iluminadas, escaparates de comercios decorados, mercados temáticos, villancicos en la radio, anuncios de juguetes o preparación de comidas típicas, son algunos de los elementos que nos indican que la Navidad ha llegado.
La Navidad es una época del año llena de experiencias, repleta de magia y de ilusión. Todas estas experiencias conllevan emociones en los adultos y en los niños. Aunque en un primer momento, todos asociamos la Navidad a emociones positivas, también conlleva emociones negativas.
Las emociones en Navidad
Los mejores recuerdos navideños suelen evocar nuestra infancia. Las vivencias son las mismas, pero lo que hace que sean más intensas son las emociones. Los niños tienen la oportunidad de vivir la Navidad con la magia de la primera vez, y eso les hace descubrir emociones novedosas, muy especiales e intensas.
Es frecuente experimentar muchos tipos de emociones en Navidad, algunas positivas: alegría, ilusión, sorpresa, amor… y otras negativas: tristeza por los que no están, desilusión por no cumplirse las expectativas, frustración cuando terminan estas fechas, etc. Los niños también experimentan estas emociones y lo hacen de manera más intensa.
La expectación por los regalos, la vivencia de los símbolos navideños, las comidas y cenas familiares, los besos y abrazos de familiares, amigos y seres queridos, la cabalgata de reyes… son los muchos los acontecimientos que pueden generar intensas emociones en Navidad.
Las emociones más comunes son éstas:
- Alegría e ilusión por el reencuentro con la familia, por los regalos, etc.
- Tristeza por las ausencias, cuando algún familiar ya no puede estar con nosotros los niños y niñas también experimentan tristeza.
- Enfado. Las vacaciones y la Navidad suponen una ruptura con las rutinas de los niños y niñas, se acostumbran a hacer lo que quieren y cuando les ponemos límites se enfadan. El enfado suele contrastar con las emociones positivas e idílicas del momento.
- Frustración, cuando no se cumplen sus expectativas. A veces, esperan muchos regalos y no tienen lo que quieren.
5. Celos. En navidades nos reunimos con otros familiares y aparecen otros pequeños de la familia, a veces los niños y niñas pueden sentir celos por la atención que reciben los otros niños y niñas.
6. Apatía, tristeza, y desanimo al finalizar las fiestas y tener que retomar la rutina diaria.
Consejos para gestionar las emociones en Navidad
- Intenta mantener tus rutinas. Aunque hagas cosas distintas y especiales y aunque tengamos celebraciones señaladas, es importante en la medida de lo posible mantener ciertas rutinas. Quitando los días señalados o el día que tengamos alguna actividad programada o celebración, mantenemos (más o menos) los horarios etc., para que luego la vuelta no sea tan difícil.
- Expresa tus emociones y ayuda al resto a que lo hagan. Las emociones son algo natural y forman parte de las personas. Es bueno expresarlas y poner nombre a lo que nos pasa por dentro.
- Realizar actividades que ayuden a todos a desconectar y relajarnos como paseos al aire libre, lecturas, ver una película.
- Recuerda con alegría a los que nos están y ayuda al resto a recordarlos así, disfruta con los que todavía están contigo.
- Expectativas realistas. Ninguna Navidad es perfecta. El mundo comercial tiene una guerra abierta durante la Navidad hacia el consumidor. Anuncios, medios de comunicación, comercios, realizan un bombardeo continuo con escenas de felicidad y plenitud con el único objetivo de estimular nuestro cerebro para que realicemos compras compulsivas. Es inevitable que algo salga mal.
- Recordar qué es lo importante. El bombardeo publicitario puede hacerle olvidar lo que realmente significa la Navidad. Si su situación económica es ajustada, recuerde que no es necesario hacer grandes regalos para demostrar el afecto. Una cena de Nochebuena más cara no mejorará sus relaciones personales o familiares. Al contrario, cuando finalicen las fiestas, aumentará su estrés y ansiedad, debido a que tendrá que hacer frente a nuevos gastos. Es mejor recuperar la esencia de las fiestas: el descanso personal, sobre todo a nivel emocional.
Navidad y consumismo
El gasto familiar en todas las zonas de España se dispara al llegar la navidad. Se ha conseguido instaurar en las cabezas de los consumidores un principio: celebrar la navidad requiere ineludiblemente ir de compras.
Durante el resto del año son varias las cuestiones por las cuales los/as consumidores/as nos quejamos del precio de los productos: por el gasto escolar al comienzo del curso en septiembre, por la subida de la gasolina… Sin embargo, con la navidad se produce el efecto contrario, todo el mundo tiene asumido que celebrar la navidad significa comprar, así que se decide salir de compras justo en el momento del año en el que son más caros la mayoría de los productos.
Sin duda hay algo detrás que nos impulsa a comprar a pesar de que las economías familiares se resientan. La publicidad aprovecha estos momentos en los que afloran nuestros mejores deseos y sentimientos para reconducirlos hacia el consumo, y ese continuo mensaje cala en nuestra sociedad sin que echemos la vista atrás para ver que, no hace tanto tiempo, éramos felices celebrando la navidad de otro modo.
Este continuo bombardeo publicitario empieza más de un mes antes de que llegue la navidad, y lo hace comenzando por meter en las cabecitas de los más pequeños de la casa un montón de anuncios de juguetes.
Tenemos que conseguir ver la Navidad como una época en la que reencontrarnos con nuestros seres queridos que están lejos, ver familia y amigos tranquilamente, ya que durante el año todos vamos con muchas prisas, pero no asociar la Navidad al gasto, y no relacionar una mejor navidad porque nos gastemos mas dinero, tenemos que ver si realmente necesitamos todos los gastos que hacemos, o muchos de ellos son innecesarios.
Ya sea a la hora de regalar, de la comida, etc.; debemos controlarnos y sobre todo que nuestra felicidad en esas fiestas no este relacionada con lo que gasto. Y ser conscientes de que si gastamos sea porque queremos o lo necesitamos, no porque la sociedad o la publicidad nos lo impone.
La lotería de Navidad
Es muy improbable que nos toque el Gordo de Navidad, sin embargo, casi el 74 por ciento de los españoles juegan a la lotería ¿Por qué? Pues porque somos más irracionales de lo que pensamos, y a veces nos viene bien esa falta de lógica. Sin ella no habría espacio para la ilusión, para la alegría de los viernes o para la esperanza de la lotería.
Cuando los matemáticos analizan las probabilidades de convertirse en millonario con el sorteo de la Navidad llegan a una conclusión contundente: no se gastan ni un euro en lotería. Las probabilidades para el Gordo son 1 entre 100.000. No parece que los datos matemáticos consigan atar nuestras intenciones. Y ¿por qué compramos lotería?
Compramos lotería por tradición, porque nuestros padres lo hicieron o porque es un argumento para reunirse con amigos o con la familia para intercambiar décimos. Según el informe de la Universidad Carlos III, el 89 por ciento de los españoles juegan por costumbre. No importa tanto el objetivo (que, si toca, todos tan contentos), sino porque la lotería actúa como pegamento social y porque nos hace soñar en grupo. Es una tradición social a un precio más o menos asequible para la mayor parte de los bolsillos. Y a esa motivación, poco le importan las estadísticas.
Otro argumento poco racional es la “envidia preventiva”. A veces compramos lotería porque con qué cara de tontos nos quedaríamos si al resto de la empresa le toca el Gordo de Navidad y nosotros no llevamos ni un número.
Y, por último, compramos lotería porque necesitamos ilusión. El día de la semana preferido es el viernes porque significa la posibilidad de imaginar cosas futuras, cuando lo «lógico» sería el domingo que es fiesta para la mayor parte de las personas. Pero no, la ilusión se proyecta hacia el futuro. Y lo necesitamos. El ser humano necesita oxígeno para fantasear con posibilidades futuras y así escapar de los problemas que muchas veces agobian.
Nos imaginamos que si tuviéramos algún millón en nuestras cuentas corrientes ayudaríamos a unos y a otros, nos compraríamos una casa mejor y algún que otro capricho. Sin embargo, la ciencia demuestra que, superado un cierto umbral económico, los índices de felicidad vuelven a los niveles anteriores a habernos tocado la lotería. Está claro que la ilusión es un estímulo, pero no para ganar felicidad, porque a todo nos acostumbramos, incluso al dinero.
Sin duda es más práctico proyectar nuestra ilusión en algo que depende de nosotros que no de la suerte de unos bombos, como crear un proyecto empresarial, hacer un viaje o tener familia.